La ex gobernadora y ahora diputada atraviesa una creciente incomodidad por la composición de las listas de la alianza entre La Libertad Avanza y el PRO, donde abundan dirigentes ligados al peronismo y a las mafias que supo enfrentar durante su gestión bonaerense. En los últimos días, ese malestar se transformó en miedo.
En los pasillos donde se cierran listas y se reparten lugares, el gesto de María Eugenia Vidal cambió. Ya no es la sonrisa tenue que la catapultó a los primeros planos de la política nacional. Ahora es un rictus breve, contenido, acaso temeroso. En las últimas semanas, según coinciden diversas fuentes, la ex gobernadora fue acumulando un enojo difícil de disimular, a medida que veía cómo se llenaban las boletas de la alianza entre La Libertad Avanza y el PRO.
Sus recientes declaraciones públicas, críticas hacia el rumbo que tomó su partido, serían la punta de un iceberg cuya profundidad conocen sólo sus allegados más íntimos. Muchos de los candidatos que ahora pueblan las listas provendrían de las viejas estructuras peronistas que, durante su gestión bonaerense, Vidal intentó desplazar. Algunos incluso con vínculos directos a las mafias sindicales, judiciales y territoriales que enfrentó en aquellos años, y que motivaron su mudanza y la de su familia a Campo de Mayo durante el tiempo que duró su gestión.
Para su entorno, el armado final de la coalición es más que un desacuerdo estratégico: lo ven como una amenaza.
“Si no habla más ahora es por miedo. Metieron gente muy pesada en las listas”, deslizó un dirigente cercano, bajo estricta reserva.
Quienes la conocen de cerca aseguran que por primera vez la ven así. Según dicen, la ex gobernadora evalúa incluso mudarse por un tiempo a Miami o alguna capital europea para ponerse a salvo, mientras decide cómo y cuándo dar pelea.